jueves, 9 de junio de 2016

LITERATURA REPUBLICANA

República

Siglo XIX

Las primeras corrientes literarias del Perú independiente fueron el costumbrismo y el romanticismo. Ya en el último tramo del siglo, se desarrolló el realismo.

Costumbrismo

El costumbrismo fue una corriente literaria cuyos cultivadores prestaban más atención a las costumbres de los pueblos, tanto para festejarlas, como para criticarlas o ridiculizarlas, a través de géneros diversos (comedias, letrillas, sainetes, etc.). En el Perú comienza hacia 1830, coincidiendo con el periodo fundacional de la República y se prolonga hasta los años 1850.
Al período costumbrista peruano pertenecen dos poetas satíricos y dramaturgos cómicos, ambos limeños, pero de espíritu contrapuesto:
  • Felipe Pardo y Aliaga (1806-1868). Examinó y juzgó con severidad la realidad peruana a través de sus comedias y artículos costumbristas; entre estos últimos es más celebrado y recordado el titulado Un viaje, más conocido como El viaje del niño Goyito. En poesía destacan sus letrillas y epigramas, siendo las más reproducidas: "La jeta del guerrero" y "A mi hijo en sus días". En el campo dramático solo escribió tres comedias: Frutos de la educación, Una huérfana en Chorrillos y Don Leocadio y el aniversario de Ayacucho. Fue severo crítico de las costumbres populares que consideraba bárbaras y repelentes. También orientó sus críticas hacia los hábitos de los políticos, la falta de civismo y la ambición personalista de los gobernantes.
  • Manuel Ascencio Segura (1805-1871), considerado el mayor dramaturgo nacional del siglo XIX, es quien retrata mejor los tipos populares de Lima. Mientras Felipe Pardo era un hombre de ideas aristocráticas y defensor de la colonia española, Segura representó los valores democráticos de la nueva sociedad peruana, lo que se refleja en el sabor criollo de sus comedias costumbristas. Es autor de 17 piezas teatrales, entre las que destacan Ña Catita, La Pepa, El sargento Canuto, La saya y el manto, Lances de Amancaes, Las tres viudas. En el campo de la lírica son muy recordados sus poemas: "A las muchachas" y La Pelimuertada.
De esta época es importante destacar también a los siguientes autores:
  • Narciso Aréstegui (1818 o 1820-1869), cuzqueño, autor de la novela El padre Horán (1848), considerada la primera novela de la literatura peruana y una de las primeras novelas sudamericanas en lengua castellana. Es también considerado como uno de los grandes precursores del indigenismo en el Perú.
  • Flora Tristán (1803-1844), escritora peruano-francesa, nacida en París, autora de Peregrinaciones de una paria, un diario de su viaje por Perú (entre 1833 y 1834) adonde llegó reclamando la herencia paterna. Es un libro fundamental para conocer de cerca los avatares de la incipiente República Peruana, cuyas prácticas y costumbres fueron analizadas detenidamente por la autora. Escribió además la novela Mephis.
  • Manuel Atanasio Fuentes, conocido como El murciélago (1820-1889), escribió Aletazos del murciélago (3 vols., 1866) y Lima: apuntes históricos, descriptivos, estadísticos y de costumbres (1867, en ediciones española, francesa e inglesa).
Cercana al costumbrismo está la obra de Ricardo Palma (1833-1919), escritor limeño, autor de las célebres Tradiciones peruanas, la obra más conocida del siglo, en la que a través de una serie de tradiciones —género inventado por él, que combina elementos de historia con fabulaciones propias—, narra la historia de Lima y del Perú durante las épocas incaica, colonial y republicana. Escritas entre 1860 y 1914, una edición definitiva fue compilada por Angélica Palma, la hija del tradicionista, en seis volúmenes (1923-1925).

Romanticismo

El romanticismo, proveniente de Europa, llegó al Perú con retraso, hacia los años 1850, y se prolongó por el resto del siglo, aunque decayó tras la Guerra del Pacífico, para dar pase al Realismo. Los textos de los románticos peruanos fueron, por lo general, artificiales y abusaron del sentimentalismo. Las obras de teatro frecuentemente cultivaron el mismo sentimiento y exageraron los enredos de modo inverosímil; si bien algunas tuvieron éxito en su momento, hoy están olvidadas. Dos representantes del romanticismo peruano, sin embargo, han sobrevivido literariamente, por la calidad de sus obras: Ricardo Palma y Carlos Augusto Salaverry, pertenecientes a la llamada generación de la bohemia.
  • Ricardo Palma (1833-1919), del cual ya mencionamos sus celebradas Tradiciones peruanas. Cultivó otros géneros, como la poesía, destacando en este campo sus poemarios: Poesías, Juvenilia, Armonías, Pasionarias, Cantarcillos, Filigranas, Nieblas y sobre todo Verbos y gerundios, obras que expresan sentimientos románticos o una actitud burlona ante ciertos aspectos de la realidad. De crítica literaria es su libro La bohemia de mi tiempo, autobiografía y relación de los escritores románticos. También escribió una obra filológica: Papeletas lexicográficas. De su pluma se conserva asimismo una obra teatral: Rodil.
  • Carlos Augusto Salaverry (1830-1891), considerado el mejor poeta lírico peruano del siglo XIX, era hijo de Felipe Santiago Salaverry, el caudillo de los primeros años de la República que muriera fusilado en 1836. Su obra poética se reúne en cuatro libros: Diamantes y perlas, Albores y destellos, Cartas a un ángel y Misterios de la tumba. Su poesía se singulariza por la dulzura melancólica de su alma apasionada, por el elegante pesimismo de su actitud ante la vida y por la emoción colorista que anima su intimidad desgarrada. Su poema “Acuérdate de mi” (inserto en Cartas a un ángel) es infaltable en toda antología poética.
Al romanticismo pertenecen también los siguientes poetas, escritores y dramaturgos:
  • Manuel Nicolás Corpancho (1830-1863), limeño, autor del drama El poeta cruzado, alabado en su tiempo y olvidado actualmente. Murió durante un incendio ocurrido en la nave en que viaja en el golfo de México, cuando regresaba de una misión diplomática.
  • José Arnaldo Márquez (1832-1903), limeño, representante de la poesía romántica peruana en su vertiente filosófica y social. Supo armonizar el sentimiento individualista romántico con las inquietudes humanitarias de su tiempo y una precursora adhesión a los ideales socialistas. Fue también ensayista, maestro, periodista, traductor, diplomático, militar y viajero.
  • Luis Benjamín Cisneros (1837-1894), limeño, autor del drama Alfredo el Sevillano; las novelas: Amor de niño: juguete romántico, Julia o escenas de la vida en Lima y Edgardo o un joven de mi generación; y de las obras líricas: A la muerte del rey don Alfonso XII, Aurora y amor y De libres alas (esta última compilación póstuma).
  • Clemente Althaus (1835-1881), limeño, hijo de un oficial alemán llegado en la época de la independencia. Entre sus obras destacan: Poesías varias, Obras poéticas, Poesías patrióticas, Antioco (drama). Se destacó también como traductor.
  • Acisclo Villarán (1841-1927), escritor limeño, fundador del Club Literario (1875) que luego se convirtió en el Ateneo de Lima. Autor de una obra fecunda y versátil, de la que destacamos: El triunfo del Perú, La corona de laureles, El cura de Locumba, El guerrero del siglo, Nieblas y auroras, Siluetas republicanas, La poesía en el imperio de los incas, etc.
  • Pedro Paz Soldán y Unanue (1839-1895), escritor limeño, conocido por su seudónimo de Juan de Arona. Autor de poesías y comedias, fue también ensayista, traductor y filólogo, siendo su obra más notable el Diccionario de peruanismos (1883-1884).

Realismo y naturalismo

Tras la guerra del Pacífico (1879-1883) hay una reacción contra el romanticismo, liderada por el intelectual Manuel González Prada (1844-1918), quien cultivó una poesía que por su temática estetizante y la introducción de nuevas formas métricas fue un claro precursor del modernismo. De entre sus obras en prosa se deben mencionar: Pájinas libres y Horas de lucha, libros en las que hace una furibunda crítica a la clase política, responsable, según él, de la catástrofe bélica. No se salvan tampoco de sus dardos las instituciones religiosas y los literatos de su tiempo. Su postura hipercrítica en el terreno de las ideas y de la literatura le granjeó no pocos enemigos y le metió en variopintas polémicas periodísticas.
Se desarrolló también, de un modo bastante tenue, el realismo en la novela, que toma vuelo a partir de entonces en el Perú.
Una característica resaltante en este período es el surgimiento de un grupo de escritoras. Muchas de ellas —habiendo perdido a sus cónyuges e hijos mayores en la guerra con Chile— tuvieron que ganarse la vida por sí mismas, y cultivaron su vocación literaria a través de tertulias. La principal fue la de la argentina Juana Manuela Gorriti, en las que se discutía sobre los problemas sociales y sobre la influencia de las formas europeas. Escribieron novelas que en cierto modo pueden calificarse como realistas. Tal es el caso de:
  • Mercedes Cabello de Carbonera (1845-1909), nacida en Moquegua, fue la iniciadora de la novela realista peruana. Escribió seis novelas de contenido social e intención crítica, siendo las más exitosas Blanca Sol (1888), Las consecuencias (1890) y El conspirador (1892). Escribió también numerosos artículos y ensayos publicados en la prensa, sobre temas literarios y sociales; en especial abogó por la emancipación de la mujer, por lo que se cuenta entre las primeras feministas del Perú. Fue incomprendida en su tiempo, siendo blanco de las críticas de autores masculinos como Juan de Arona y Ricardo Palma. Ello lo empujó a aislarse. Por si fuera poco, empezó a padecer las secuelas de una sífilis que le contagió su propio esposo, siendo recluida en un manicomio, donde falleció.
  • Clorinda Matto de Turner (1852-1909), novelista, tradicionista y periodista cuzqueña, precursora o fundadora del indigenismo literario. Autora de Tradiciones cuzqueñas y de las novelas Aves sin nido (1899), Índole (1891) y Herencia (1893). La más destacada y polémica de sus obras es Aves sin nido, donde expone la situación del indígena que sufre los abusos de las autoridades religiosas y políticas. Aunque su técnica y estilo sean deficientes, la obra concitó el interés no solo en el Perú, sino en América y Europa.
  • María Nieves y Bustamante (1861-1947), natural de Arequipa, es autora de la novela histórica Jorge, el hijo del pueblo (1892), ambientada en la guerra civil de 1856-1858, es un canto épico que resalta el espíritu guerrero del pueblo arequipeño.

Siglo XX

Modernismo

El modernismo se desarrolló en el Perú a partir del poema «Al amor» de Manuel González Prada, publicado en el diario El Comercio en 1867, donde el autor fusiona un conjunto de géneros poéticos provenientes de Europa, dando como resultado el triolet. Esta tendencia, resultado del cosmopolitismo que vivía el Perú, pronto se desarrolló en otras partes de América Latina: en Cuba con José Martí; en Nicaragua con Rubén Darío; en Argentina con Leopoldo Lugones; en Uruguay con Julio Herrera y Reissig; en México con Manuel Gutiérrez Nájera.
A pesar de sus tempranos antecedentes con González Prada, el modernismo alcanzó en el Perú un pleno desarrollo tardíamente, a inicios del siglo XX. De entre todos sus representantes descuella el poeta limeño José Santos Chocano (1875-1934), conocido como «El Cantor de América», considerado uno de los poetas hispanoamericanos más importantes, por su poesía épica de tono grandilocuente, que gusta de la retórica y de la descripción de paisajes, con gran sonoridad y colorido, estando más próxima a Walt Whitman y al romanticismo. También produjo poesía lírica de singular intimismo. Todas sus creaciones poéticas están trabajadas con depurado formalismo y se inspira mayormente en los temas, los paisajes y la gente de su país y de América en general. Principales obras: Iras santas (1895), En la aldea (1895), Selva virgen (1896?), La epopeya del morro (1899), El canto del siglo (1901), Alma América (1906), Fiat Lux (1908), Primicias de oro de Indias (1934), Oro de Indias (1940-1941). Su vida fue muy novelesca y aventurera, ligada a la de los dictadores y caudillos latinoamericanos de su tiempo. Durante el Oncenio de Leguía sostuvo una polémica pública con el joven escritor Edwin Elmore, a quien en un arranque de ira asesinó disparándole a quemarropa. Tras sufrir un breve encierro, partió hacia Chile, donde murió asesinado a manos de un esquizofrénico.

Dentro del modernismo peruano también debemos destacar a los siguientes poetas:
  • Leonidas Yerovi (1881-1917), poeta y dramaturgo festivo, nacido en Lima. Murió asesinado frente al local del diario La Prensa de Lima, a manos de un ciudadano chileno. A pesar de su prematura muerte, cuando aún no había cumplido los 36 años de edad, dejó una notable producción poética en la que “mezclaba el léxico y las formas modernistas con la sal y la picardía criollas”. (Tamayo Vargas). Se puede decir que fue el vulgarizador del modernismo, el que lo llevó a las clases populares. También es autor de una muy celebrada obra teatral que le convierte en una de las figuras cumbres de la dramaturgia peruana de comienzos del siglo XX.
  • Alberto Ureta (1885-1965), poeta y catedrático, autor de poemas de tono reflexivo y melancólico. Obras: Rumor de almas (1911), El dolor pensativo (1917). Posteriormente publicó: Las tiendas del desierto (1933), Diario íntimo (1933) y Elegías de la cabeza loca (1937). Fue también un diplomático divulgador de la cultura peruana.
  • Enrique Bustamante y Ballivián (1883-1937), poeta limeño, uno de los más finos e intelectuales del Perú, a decir de Luis Alberto Sánchez. Fue amigo y compañero de Abraham Valdelomar, sobre quien ejerció gran influencia. Aunque se formó bajo el modernismo, mantuvo sin embargo una personalidad poética alejada de compromisos colectivos. Su poemario Antipoemas (1926) constituye una transición hacia el vanguardismo.
  • Felipe Sassone (1884-1959), poeta limeño, autor de una poesía hedonista, musical y plástica. Obras principales: La canción del bohemio, La espuma de Afrodita, Vórtice de amor. También se dedicó al teatro, y entre las muchas piezas que escribió, figuran las siguientes: A campo traviesa, La señorita está loca y Volver a vivir.
  • José Fiansón (1870-1952), poeta limeño, que, a decir del crítico Manuel Beltroy, fue el exponente más avanzado del modernismo en el Perú. Su poema Foederis Arca es considerado como uno de los mejores, sino el mejor, del modernismo peruano. En sus últimos años se estableció en Chosica, a la que cantó en versos eglógicos. Su fecunda obra se halla dispersa.
Una importante rama del modernismo peruano fue la llamada Generación del 900, conocida también como la generación “arielista” (llamada así por inspirarse en las ideas del escritor uruguayo Enrique Rodó, el autor de Ariel, que abogaba por la europeización de Hispanoamérica y la formación de elites intelectuales que se encargaran de su dirección). Sus miembros manejaban una prosa elegante y ahondaban particularmente en las raíces de la historia nacional, con tendencias hacia el idealismo (Tamayo Vargas). Fueron sus principales representantes:
En ese ambiente impregnado de modernismo surgió una figura insular: José María Eguren (1872-1942), poeta limeño que abrió el camino de la innovación en la poesía peruana con sus libros La canción de las figuras (1916) y Simbólicas (1911), próximos al simbolismo y que reflejaban su mundo interior mediante imágenes oníricas, con las que reacciona contra la retórica y el formalismo modernistas.

Vanguardismo

Hasta 1920 el modernismo era la tendencia dominante en el cuento y la poesía, pero desde 1915 la vanguardia literaria hizo tímidamente su entrada en la musa nacional. César Vallejo, con sus obras fuertemente innovadoras en el lenguaje centradas en la angustia y en la condición humana, pertenece a este período, en el que también aparecieron los poetas Alberto Hidalgo, Alberto Guillén, Xavier Abril, Carlos Oquendo de Amat, Luis Valle Goicochea, Magda Portal y los surrealistas César Moro y Emilio Adolfo Westphalen.
El escritor más importante del momento es Abraham Valdelomar, quien en su breve vida cultivó el cuento, la novela, el teatro, la poesía, el periodismo y el ensayo. Sobresalen sobre todo sus relatos, que narran con bastante ternura historias de las ciudades provincianas y, en menor medida, de Lima o cosmopolitas. En 1916 fundó la revista Colónida que agrupó a varios jóvenes escritores y que, a pesar de su breve existencia (se publicaron solo cuatro números), abrió el camino para la entrada de nuevos movimientos como la vanguardia en la literatura peruana.
Otros autores, que junto con Valdelomar inauguran el cuento en el Perú fueron Clemente Palma, que escribió relatos decadentes, psicológicos y de terror, influido por el realismo ruso y por Edgar Allan Poe; y Ventura García Calderón, quien mayormente escribió cuentos exóticos sobre el Perú. También se encuentran Manuel Beingolea, Manuel Moncloa y Covarrubias, Cloamón, y Fausto Gastañeta.
En el teatro, con escasas obras de valor en este período, figuran las comedias del poeta festivo Leonidas Yerovi y, posteriormente, las obras de denuncia social y cariz político de César Vallejo, que pasaron mucho tiempo antes de ser publicadas o representadas. Ya en los años 1940 la influencia tardía del modernismo y del teatro poético se reflejará en las obras de Juan Ríos, a las que se les ha criticado su excesiva retórica poética, generalmente ambientadas en tiempos remotos o en leyendas y que buscan ser un referente general del hombre.

Indigenismo

En el Perú el tema principal de la literatura indigenista era el indio, cuyo predominio en la literatura se había iniciado en los años 1920 y 1930, primero con los cuentos de Enrique López Albújar y más tarde con las novelas de Ciro Alegría: La serpiente de oro (1935), Los perros hambrientos (1939) y El mundo es ancho y ajeno (1941). Así empezó la interesante controversia sobre indigenismo e indianismo, vale decir, sobre la cuestión de que no sean los mismos indios quienes escriban sobre su problemática. Esta corriente literaria alcanzó su máxima expresión en la obra de José María Arguedas, autor de Agua, Yawar Fiesta, Diamantes y pedernales, Los ríos profundos, El Sexto, La agonía de Rasu Ñiti, Todas las sangres y El zorro de arriba y el zorro de abajo, y quien debido a su contacto con los indígenas en la infancia, pudo asimilar como propias su concepción del mundo y experiencias.

Generación del cincuenta

La modernización de la narrativa peruana comienza con la Generación de 1950, enmarcada políticamente con el golpe del general Manuel A. Odría en 1948 y las elecciones de 1950 en las que se autoelige presidente. Durante la década anterior había comenzado un movimiento migratorio del campo a la ciudad (preferentemente a la capital), que durante los años cincuenta se potencializa al máximo y resulta en la formación de barriadas y pueblos jóvenes, la aparición de sujetos marginales y desplazados socialmente. La literatura producida en este período estuvo influida notablemente por las vanguardias europeas; en particular, el llamado modernismo anglosajón de Joyce y en el ambiente norteamericano la obra novelística de Faulkner y la Generación Perdida. También influyó notablemente la literatura fantástica de Borges y Kafka. A esta generación pertenecen Julio Ramón Ribeyro, Carlos Eduardo Zavaleta, Eleodoro Vargas Vicuña, Mario Vargas Llosa, entre otros.
La generación del cincuenta es un momento en el que la narrativa se vincula de forma muy fuerte con el tema del desarrollo urbano, la experiencia de la migración andina hacia Lima (un incremento drástico de la población a partir de finales de la década del 40). Muy relacionada con el cine neorrealista italiano, retrata la urbe cambiante, la aparición de personajes marginales y problemáticos. Entre los narradores más representativos resaltan Ribeyro con Los gallinazos sin plumas (1955); Enrique Congrains con las novelas Lima, hora cero (1954) y No una, sino muchas muertes (1957); Luis Loayza, cuya obra es obra es breve y poco conocida; y Vargas Llosa, quien a fines de la década del 50 empezó a publicar sus cuentos, aunque sus magistrales novelas aparecerán a partir de la década de 1960.
Junto a los narradores, surge un grupo de poetas entre los que se destacan Alejandro Romualdo, Washington Delgado, Carlos Germán Belli, Francisco Bendezú, Juan Gonzalo Rose, Pablo Guevara. Estos poetas comenzaron a publicar su obra a partir de fines del 40, tal es el caso de Romualdo, luego lo harían Rose, Delgado, Bendezú, Belli. Guevara. Además, a este grupo lo unían no solo las relaciones personales, sino también la ideología, el marxismo y el existencialismo. Los poemas que escribieron adoptaron, desde una visión general, un tono protestatario y de compromiso social. Por ello, se reconoce al poema A otra cosa de Romualdo en el arte poética de la generación del cincuenta.
Esta generación reivindicó a César Vallejo como paradigma estético y asumió el pensamiento de José Carlos Mariátegui en calidad de guía intelectual. Los poetas Javier Sologuren, Sebastián Salazar Bondy, Jorge Eduardo Eielson, Antenor Samaniego, Blanca Varela, fueron conocidos como el grupo neovanguardista, que comenzó a publicar a fines de los años treinta (tal es el caso de Sologuren, luego vendrían los poemas de Salazar Bondy, Samaniego, Eielson, Varela). Mantuvieron relaciones personales en la revista Mar del Sur, dirigida por Aurelio Miró Quesada, de clara tendencia conservadora; y designaron a Emilio Adolfo Westphalen como guía poético. A esta situación histórico - literaria, habría que añadir el grupo de los llamados Poetas del pueblo, vinculados al partido aprista fundado por Victor Raúl Haya de la Torre, integrado por Gustavo Valcárcel, Manuel Scorza, Mario Florián, Ignacio Campos, Ricardo Tello, Julio Garrido Malaver, quienes reivindicaron como paradigma poético a Vallejo.
Durante ese decenio y el siguiente el teatro experimenta un período de renovación, inicialmente con las piezas de Salazar Bondy (generalmente comedias de contenido social) y más tarde con Juan Rivera Saavedra, con obras de fuerte denuncia social, influidas por el expresionismo y el teatro del absurdo. Durante estos años se dejará sentir con fuerza la influencia de Brecht entre los dramaturgos.

Generación del sesenta

La Generación del 60 en poesía tuvo a representantes del calibre de Luis Hernández, Javier Heraud y Antonio Cisneros, Premio Casa de las Américas. Merecen citarse también César Calvo, Rodolfo Hinostroza y Marco Martos. Cabe señalar que Heraud fue el verdadero paradigma generacional, vinculado a la doctrina marxista y a la militancia política, mientras que Hernández y Cisneros, no. Como es fácil advertir, los coetáneos no constituyen movimiento generacional.
A esta generación pertenecen los narradores Oswaldo Reynoso, Miguel Gutiérrez, Eduardo González Viaña, Jorge Díaz Herrera, Alfredo Bryce Echenique y Edgardo Rivera Martínez.

La narrativa y la poesía peruanas de fines de la década de 1960 no tuvieron tanto un carácter generacional como ideológico: la literatura era vista como un medio, un instrumento para crear una conciencia de clase. Eran los años del auge de la revolución en Cuba y en el Perú la mayoría de intelectuales ansiaban una revolución marxista que rompiera el viejo orden oligárquico y feudal. Algunos escritores aspiraban a un proceso como el cubano (Heraud, por ejemplo, murió en mayo de 1963 en la selva peruana, integrando una columna que pensaba lanzar la lucha guerrillera), mientras que otros tenían sus propios modelos. En este periodo de intenso compromiso social al escritor le queda poco espacio para el compromiso con su propia obra. A fines de esta década surge el Grupo Narración, influido por el maoísmo y liderado por Gutiérrez y Reynoso, quienes editaron una revista con el mismo nombre, aunque tenían pensando llamarla Agua, evocando a José María Arguedas y las tensiones sociales que muestra el libro de ese título.

Generación del setenta

Las primeras expresiones con características propias, de lo que se denominaría después Generación del 70, surgieron a fines de los años 60 con autores como Manuel Morales (1943-2007; Poemas de entrecasa, 1969; este y la plaqueta Peicen Bool, del año anterior, fueron los únicos poemarios que publicaríaprimer y único libro que publicaría)5 y Abelardo Sánchez León (Poemas y ventanas cerradas, 1969) que experimentaron con el coloquialismo popular.
Una de las primeras revistas que acogerá a las nuevas voces será Estación Reunida, en la que publican José Rosas Ribeyro, Patrick Rosas, Elqui Burgos, Tulio Mora, Óscar Málaga y otros. Pero será con la aparición del movimiento Hora Zero y su revista homónima, en 1970, que esta generación sentará presencia en la escena cultural peruana. Lo fundaron Juan Ramírez Ruiz y Jorge Pimentel, estudiantes de la Universidad Nacional Federico Villarreal, y a sus filas también pertenecieron Enrique Verástegui, Carmen Ollé, Jorge Nájar, Mario Luna y Feliciano Mejía.
Sus primeros escritores galardonados con el importante premio Poeta Joven del Perú fueron José Watanabe (Álbum de familia) y Antonio Cillóniz (Después de caminar cierto tiempo hacia el Este), que lo compartieron en 1970.6
Además del coloquialismo popular como expresión poética, a la Generación del 70 también le caracterizará su ruptura con la tradición literaria peruana anterior a ella y su radicalismo ideológico de izquierda. A raíz de las supuesta falta de compromiso social de los anteriores poetas, se producen altercados entre Pimentel, uno de los líderes de Hora Zero, y el consagrado Antonio Cisneros, que desembocan en un curioso reto de Pimentel a Cisneros a un duelo poético (declamar ambos ante un público casual para que espontáneamente los circunstantes determinen al vencedor). Cisneros respondió jocosamente: "Han empezado con el píe derecho, camaradas. Ahora falta que escriban con la mano...".
Otra expresión importante de esta generación es el surgimiento de los poetas mágicos, neovanguardistas que retoman los experimentos dadaístas con César Toro Montalvo, Omar Aramayo, José Luis Ayala... La poesía de protesta social tendrá un destacado cultor en Cesareo Martínez. Fuera de los grupos destacan otras voces como la de Vladimir Herrera.
A partir de 1974 se produce un segundo momento en la Generación del 70 que se expresará en las páginas de revistas de muy limitada circulación como La Tortuga Ecuestre, Cronopios, Literatura, Auki, Tallo de Habas y algunas otras. Sus poetas, en alguna forma, tratan de tomar cierta distancia del coloquialismo característico de la primera etapa y se entregan más al cuidadoso cultivo de la forma. En este segundo momento aparecen, entre otras, las voces de Mario Montalbetti, Juan Carlos Lázaro, Carlos López Degregori, Luis La Hoz, Enrique Sánchez Hernani, Bernardo Rafael Álvarez, Armando Arteaga, Alfonso Cisneros Cox, Jorge Luis Roncal.
De otro lado, con la publicación póstuma de un puñado de poemas de María Emilia Cornejo en la revista Eros, la poesía escrita por mujeres en el Perú inaugura un nuevo lenguaje, una nueva expresión de la problemática femenina. Destacarán la ya citada Carmen Ollé, Sonia Luz Carrillo, Rosina Valcárcel, Rosa Natalia Carbonell, entre otras.
Si bien la del 70 fue una generación fundamentalmente poética, no estuvo exenta de narradores. En los años iniciales de agitación literaria, al influjo de las modas importandas de la contracultura y los hippies, su narrador más visible fue Fernando Ampuero, quien con el tiempo desarrollará una importante y sostenida obra cuentística, novelística y periodística. Con menos atención de los medios, pero con obras no menos importantes, a esta generación también pertenecen los narradores Óscar Colchado, Cronwell Jara, Maynor Freyre, Zein Zorrilla, Luis Nieto Degregori, Enrique Rosas Paravicino...
En el teatro hace irrupción la creación colectiva frente a las obras de autor. El movimiento fue liderado por varios grupos teatrales surgidos en estos años, entre los que descollan Cuatrotablas, encabezado por Mario Delgado, y Yuyachkani, por Miguel Rubio Zapata, ambos creados en 1971.

Décadas de 1980 y 1990

Con la década de 1980 viene el desencanto, el pesimismo: la llegada de una revolución comunista deja de ser una utopía, pero ya no se la espera con ilusión, es casi una amenaza. Es tiempo de la perestroika y los últimos años de la guerra fría. Además, la crisis económica, la violencia terrorista y el deterioro de las condiciones de vida en una Lima caótica y superpoblada contribuyeron al desánimo colectivo. En narrativa aparecen los primeros libros de cuentos de Alfredo Pita, Y de pronto anochece; de Guillermo Niño de Guzmán, Caballos de medianoche; y de Alonso Cueto, Las batallas del pasado, autores estos cuya obra literaria se desarrollará plenamente en años posteriores. Asimismo, en los ochenta, aparecen las dos primeras novelas de Aída Balta Campbell: Sodoma Santos y Gomorra y El legado de Caín. En 1990 aparece en España y con escasa circulación en el Perú un libro de cuentos de Pita que lleva un título negro como la década que se cerraba en su país: Morituri.
En poesía, surgen movimientos marginales, que ahondan la vertiente rebelde de la década anterior, como el Kloaka, liderado por Roger Santiváñez. Fundado hacia el final de 1982, editó una autoantología con motivo de su disolución: La última cena (1987). En contraste con las propuestas colectivas de aliento neovanguardistas (en general, de ruptura con el sistema político y el estético), surgen individualidades notables vinculadas en su orígenes con estos, pero que rápidamente transitan a una poesía serena, de ritmos equilibrados y que se nutre de tradiciones artísticas fuertemente codificadas. El caso más notable es el de José Watanabe, cuya mejor obra corresponde a este decenio y que será revalorada en el nuevo siglo. Otros poetas notables dentro de esta apuesta individualizadora de vertiente tradicional fueron Eduardo Chirinos y Magdalena Chocano. En el mismo decenio afloran también los primeros y diversificados movimientos de poesía de mujeres. Están la línea feminista, dentro de la cual se destacan Carmen Ollé, Giovanna Pollarollo y Rocío Silva Santisteban, y otra más lírica, donde sobresale Rossella Di Paolo, además del intimismo irónico de Milka Rabasa. Cabe mencionar también a Patricia Alba, Mariela Dreyfus y Dalmacia Ruiz-Rosas.
En la década de 1990, aparece una tendencia individualista que ahonda en la intención estética. En poesía donde surgen dos grupos importantes: Noble Katerba y Neón. En la narrativa, la fórmula que se impone es la denominada joven-urbano-marginal. En este campo, además de Jaime Bayly, que tiene preferencia por lo sensacionalista, sobresalen Óscar Malca con Al final de la calle (1993), Sergio Galarza con Matacabros (1996), Rilo con Contraeltráfico (1997), autores que cultivan el realismo sucio.
Por otra parte, aparecen algunos escritores que cultivan el esteticismo y cuya obra escapa a los moldes de su generación, entre ellos Iván Thays, con Las fotografías de Francés Farmer, y Patricia De Souza, con Cuando llegue la noche. En poesía destacan Montserrat Álvarez con Zona dark (1991), Xavier Echarri con Las quebradas experiencias(1993), Domingo de Ramos con Ósmosis (1996), Doris Moromisato, Odi González, Ana Varela, Leoncio Luque, Rodrigo Quijano, Jorge Frisancho, Ericka Ghersi con "Zenobia y el Anciano" (1994), Rafael Espinosa, entre otros antologados en la polémica antología Poesía peruana siglo XX (2000) de Ricardo González Vigil (Universidad Católica).
Hacia el 2000, como señala Vigil en el tomo 14, Literatura, de la a Enciclopedia Temática del Perú de El Comercio, muestran un trabajo poético importante Lorenzo Helguero, Miguel Ildefonso, Selenco Vega, José Carlos Yrigoyen, Alberto Valdivia Baselli, Rubén Quiroz, entre otros. En el campo dramático descollan Enrique Mávila y Mariana de Althaus, que se han caracterizado por la asimilación de diferentes tendencias teatrales contemporáneas. Y en el campo de la narrativa breve es singular la obra Fábulas y antifábulas, de César Silva Santisteban.
Simultáneamente, dos escritores del grupo Narración alcanzan su madurez durante este decenio: Oswaldo Reynoso y Miguel Gutiérrez, quienes regresan al Perú luego de una larga estadía en la China comunista, que los desengaña de sus aventuras políticas juveniles. Reynoso, autor del memorable libro de cuentos Los inocentes, pública sucesivamente la nouvelle En busca de Aladino y la novela Los eunucos inmortales, obras de prosa musical en las que se descarta el ideal de la lucha social de clase por la búsqueda de una utopía de belleza juvenil que resulte, no obstante, justiciera con los humildes. Gutiérrez, por su lado, sorprende a los lectores con una novela de más de mil páginas, La violencia del tiempo, saga familiar de la familia Villar, que se inicia con el primer Villar, desertor del ejército español que combatió contra los patriotas en la guerra de independencia, y termina con Martín Villar, narrador de la novela, que en los años sesenta ha optado por ser un profesor rural, tras estudiar en la oligárquica Universidad Católica. Novela histórica, de crecimiento, ensayo de crítica social y de interpretación histórica, La violencia del tiempo acusa el influjo de los grandes narradores latinoamericanos del siglo XX (Jorge Luis Borges, Juan Rulfo, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa), así como de los maestros de la novela del siglo XIX, en especial de Balzac, cuyo intenso y torvo cronicón de familia, La comedia humana, evoca con maestría singular.

Siglo XXI

Con el cambio de siglo y en los primeros años de la década varios de los premios internacionales más importantes son entregados a escritores peruanos, algunos de ellos desconocidos hasta ese momento en el extranjero. A partir de ello, se plantea la posibilidad de un relanzamiento internacional de nuestras letras, las que habían menguado en presencia exterior durante las dos últimas décadas del siglo XX. De hecho, este repunte de las letras peruanas empieza en 1999, cuando la novela El cazador ausente, de Alfredo Pita, gana el premio Las dos orillas, concedido por el Salón del Libro Iberoamericano de Gijón (España). El libro de Pita fue de inmediato traducido y publicado en cinco países europeos. Tres años después, en 2002, un narrador ya consagrado, Alfredo Bryce Echenique, obtiene el Planeta con El huerto de mi amada, otorgado por la editorial homónima, la más poderosa de España y una de las mayores del mundo. El año siguiente, Pudor, segunda novela de Santiago Roncagliolo, queda entre las cuatro finalistas del Herralde y es luego publicada por Alfaguara en 2004 con una audaz operación de márketing. En 2005, Jaime Bayly, criticado por sus detractores por el supuesto carácter comercial y por los estereotipos sociales que vehiculizaría en sus novelas, es único finalista del Planeta. Ese mismo año Alonso Cueto logra el Herralde con La hora azul y al siguiente Roncagliolo, con Abril rojo, obtiene el premio de novela otorgado por su casa editora y al subsiguiente la novela El susurro de la mujer ballena, de Cueto, queda finalista en la primera edición del Premio Planeta-Casa de América. Ese mismo año un nuevo sello español, 451 Editores, publica la novela Casa de Enrique Prochazka. Iván Thays, que ya había sido finalista del Rómulo Gallegos 2001, queda entre los finalistas del Herralde 2008 con Un lugar llamado Oreja de Perro. El escritor peruano-estadounidense Daniel Alarcón fue considerado uno de los escritores más importante de la última generación en la literatura estadounidense, en tanto Carlos Yushimito y Roncagliolo fueron considerados entre los 22 escritores menores de 35 más importantes en español. Finalmente, el Nobel de Literatura es entregado a Vargas Llosa en año 2010. En esta secuencia de acontecimientos puede, ciertamente, rastrearse la incorporación de numerosa literatura peruana al flujo de la circulación de las letras españolas en el mundo globalizado
Mientras algunos en el Perú se congratulan de este fenónomeno, otros lo critican argumentando que la internacionalización de estos escritores y su premiación debe entenderse no por criterios estrictamente literarios sino por la ampliación del mercado literario internacional en español dentro de ciertos parámetros que estimula el consumo de productos muy reconocibles. Desde esta perspectiva, las trasnacionales de la literatura, que en los primeros años del siglo XXI asientan sus filiales en Lima, estarían exigiendo a los escritores mejor conectados con el mercado editorial una mayor profesionalización, pero orientada a satisfacer los estándares de una producción de formatos transnacionales preestablecidos, que se riñen con la originalidad .
En paralelo al resurgimiento internacional y al reconocimiento de autores como los mencionados, en Perú en los últimos años también se desarrolla, como parte de la dinámica propia de un país multicultural, un proceso literario protagonizado por autores que sitúan su obra en los linderos de la cultura andina, rescatándola como forma artística producto de la especificidad de la nación peruana y su drama. Los escritores de esta tendencia reclaman, por un lado, la herencia de la obra de José María Arguedas y, por otro, denuncian la discriminación por parte de críticos y medios de comunicación de orientación "criolla", o culturalmente más afines con el sistema económico globalizado, que rige la administración de los llamados "bienes culturales". La disputa entre "andinos" y criollos se hizo patente a raíz de una serie de artículos agresivos publicados por ambos bandos luego de una primera descalificación mutua cuando se vieron las caras en un congreso de escritores peruanos en Madrid. El debate, que no pasó de lo adjetivo, permitió la difusión de una nueva generación de escritores provincianos que continúa, en clave contemporánea e incluso posmoderna, la narrativa indigenista (y regionalista) de los años 40 (en particular surgen lazos con Alegría y Arguedas), con la obra de Manuel Scorza y con la narrativa regionalista y de ruptura de los años 70 (Eleodoro Vargas Vicuña, Carlos Eduardo Zavaleta, Edgardo Rivera Martínez, el grupo Narración. Se privilegia una reconstrucción del pasado a través de un proceso de ficcionalización de la historia, retomando un punto explotado por la nueva narrativa hispanoamericana y el boom. Así, si no son los primeros, son los que más ahondan en el tratamiento literario del proceso de la guerra interna (1980-1993). Un libro que ha contado con el elogio merecido de la crítica ha sido Retablo de Julián Pérez. La inserción en el mercado literario nacional de estos escritores es, además, distinta a los narradores capitalinos, ya que la difusión de sus obras se realiza principalmente en provincias y a través de formas alternativas (ferias regionales, conciertos folclóricos, periódicos o revistas de tiraje limitado). Fuertemente marcados por la oralidad y tradiciones andinas, los nombres más conocidos, además de Colchado, son Dante Castro, Félix Huamán Cabrera y Zein Zorrilla.
Es importante señalar, asimismo, el significativo crecimiento que ha experimentado el mercado editorial peruano en la primera década del siglo XXI, debido a la reducción de costos que ha significado la introducción de tecnología digital en el ámbito editorial, la vigencia de la Ley del Libro y el impulso del Plan Lector de Ministerio de Educación. Por un lado, han aparecido diversas editoriales independientes como Estruendomudo, Matalamanga, Sarita Cartonera, Bizarro, Borrador Editores, [sic] libros, Mundo Ajeno, Tranvías, Lustra, Mesa Redonda, Casatomada, Editorial Arkabas, Gaviota Azul Editores, entre otras. Estas casas impulsaron la creación de la Alianza Peruana de Editores, gremio independiente afiliado a un movimiento global por la defensa de la bibliodiversidad. Entre las nuevas editoriales Estruendomudo, en especial, es responsable de la aparición y difusión de nuevos narradores elogiados por la crítica. Por el otro, uno de los mayores grupos del mundo de habla hispana, Planeta, inauguró en 2006 su filial en el Perú, dando un ulterior impulso a un mercado en el que ya operaban otros dos grandes grupos internacionales: Santillana (España) y Norma (Colombia). Este pequeño boom editorial ha permitido que un número elevado de escritores nuevos publique sus primeros trabajos durante esta década, especialmente escritores jóvenes nacidos en la década de los 70's como: Diego Trelles Paz, Daniel Alarcón, Pedro Félix Novoa, Carlos Yushimito, Gunter Silva Passuni, Ricardo Sumalavia, Félix Terrones, Alexis Iparraguirre, Renato Cisneros o Francisco Ángeles.

CREDITOS: https://es.wikipedia.org/wiki/Literatura_del_Per%C3%BA
 

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